Artes

Malcom Lowry: Un místico y su viaje interminable

Gustavo Valle sobre la publicación de Piedra infernal de Malcom Lowry

Por Gustavo Valle | 28 de Agosto, 2010
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La segunda esposa de Malcolm Lowry, la abnegada Margerie Bonner publicó Piedra infernal (Lunar caustic, en el original) en The Paris Rewiew en 1963. Lowry, que originalmente había concebido este texto como un cuento, nunca lo dio por concluido a pesar de haber trabajado en él durante años. Según sus planes, Lunar caustic integraría el “purgatorio” de su soñado e inconcluso proyecto “El viaje interminable”, en el que Bajo el volcán ocuparía el infierno. Seis años después de su prematura muerte ocurrida en 1957, Margerie publica el texto advirtiendo que se trata de “un trabajo principalmente de ensamblaje, una aproximación al método y a los propósitos de Lowry (…) No añadimos una sola línea”. Y concluye: “Malcolm, no cabe duda, lo habría rescrito todo, pero ¿quién iba a poder hacerlo como él?”. Posteriormente, en un acto de audacia editorial, Jonathan Cape publica el cuento como novela en 1968. R.E.Lorente lo traduce al español en 1970, y ahora la editorial Tusquets rescata esta breve y mítica obra maestra con la traducción de Juan de Sola.

Como todos los protagonistas de la obra narrativa de Lowry, Bill Plantagenet, la figura principal de Piedra infernal, se encuentra al filo de su propio abismo. Es un dipsómano pianista de jazz que ha llegado de Inglaterra al puerto de Nueva York. Ignoramos casi todo de su pasado, incluso él mismo acarrea enormes lagunas de su historia reciente. Apenas conocemos un puñado de pasajes donde desdichas y separaciones imperan: la disolución de su banda de jazz, la pérdida de Ruth, su compañera. Tras deambular en completo estado de ebriedad por las calles de NY, ingresa a un manicomio municipal, mezcla de hospital y cárcel, donde conoce a quienes serán sus compañeros: Garry, un chico que vive en un mundo de leyendas e invenciones, siempre ajeno a la realidad de su miseria y de su crimen; el viejo marinero Kalowsky, víctima de un hermano que lo ha internado para sacárselo de encima, suerte de padre sustituto que jamás dejó de buscar en vida el propio Malcolm Lowry; y Battle, un negro mitad ingenuo mitad peligroso, un chiflado en estado de pureza casi angélica.

Allí, Plantagenet vivirá las miserias propias de un psiquiátrico de la primera mitad del siglo veinte: entorno insalubre, incomprensión médica, enfermeras impiadosas, pacientes en lamentables estados físicos y psíquicos. Pero también advertirá cómo el amor y la compasión afloran: “Muchos de los que aquí se consideran locos –dice- son simplemente personas que quizás un día intuyeron, si bien de un modo confuso, la necesidad de cambiar, de renacer”.

En ese “modo confuso” está la clave de la piedad y grandeza del protagonista. Algo en el mecanismo de implementación de esa necesidad de cambio falla en estos hombres desahuciados y se produce un deslizamiento, un matiz que para la ciencia de entonces es una patología. Plantagenet se enfrenta al doctor Claggart, encarnación del orden a través de la psiquiatría, y se revela ante la condición de normalidad con la que la sociedad adocena a los individuos para construirse a sí misma.

Plantagent es una más de las transposiciones que Malcolm Lowry hizo de su propia persona. De hecho, el libro está parcialmente basado en la experiencia de su paso por el legendario Bellevue Hospital de Nueva York. Al igual que Geoffrey Firmin de Bajo el volcán o que Sigbjørn Wilderness de Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, Plantagenet es un alcohólico auto condenado, cínico consigo mismo, convencido de que “el camino del exceso conduce al Palacio de la Sabiduría”. Un palacio que (él lo sabe y hacia allá se dirige a toda prisa) también es una tumba.

La prosa de Lowry brilla por su lirismo magnético, casi religioso y por su alucinatoria manera de representar la realidad de un hombre atormentado. Como el ex Cónsul de Bajo el volcán, Plantagenet percibe la realidad de una manera escalofriante y casi psicodélica. A él acudirán visiones esperpénticas como cristalización de un poderoso sentimiento de culpa del que no puede escapar; caleidoscópicos paisajes donde se mezclan el pasado y las pesadillas en un collage de intensidad casi insoportable. Todo esto, junto con la oscura y accidentada vida del autor, ha permitido confundir a Lowry con un escritor maldito. Una etiqueta tan injusta como inexacta. Más que un maldito, Lowry es un místico. Su autodestrucción es una forma de la epifanía. La tensión de su escritura acontece en medio de un éxtasis, sin duda alcanzado tras consagrarse a la palabra como única e inestable salvación.

A pesar de tratarse de una novela (o cuento) publicado sin la aprobación de su autor, Piedra infernal no puede considerarse una treta editorial o la acción desesperada de una viuda por publicar los textos inéditos de su marido. Si bien Lowry nunca lo publicó en vida, al leerlo encontraremos nuevamente lo mejor de este genial escritor, cuya vida desastrosa fue a la vez una voluntad y un destino, pero sobre todo el germen de una obra refinada de enorme plasticidad y honestidad poética.

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Piedra infernal
Malcolm Lowry
Tusquets
2010
126 pgs.

Gustavo Valle autor de los libros de poemas Materia de otro mundo (2003), Ciudad imaginaria (2006), y del libro de crónicas La paradoja de Itaca (2005). Con su novela Bajo tierra (2009), ganó la III Bienal de Novela Adriano González León.

Comentarios (3)

Sydney Perdomo
28 de Agosto, 2010

¡Excelente artículo! Luce complejo pero de seguro fascnantemente atractivo. Gracias por la recomendación.

Saludos y mis respetos sinceros. :D

Belkis López
29 de Agosto, 2010

Enhorabuena, Gustavo Valle, por tan inspirada y magistral reseña de esta obra de Lowry, que según sus palabras, luce muy interesante. Gracias

Samuel González
8 de Septiembre, 2010

Debido a la bilioteca de mi padre, siempre Lowry estuvo entre las primeras lecturas que hice. Sobre todo su “Ultramarina”, en aquellas ediciones de bolsillo que sacó Bruguera en los años ochenta. Con el tiempo, me fui topando con otras piezas increíbles como “Por el Canal de Panamá” o los relatos de “Escúchanos, oh Dios, desde el cielo, tu morada”. Su escritura es, como nos dices, alucinante. Da la impresión que es la prosa lograda después de largas inmersiones en la oscuridad de la locura, de la desorientación interior. Al leerlo, uno siente que su tono sostiene una autenticidad, un peso de verdad personal, como la voz de los que se confiesan. Tal vez por esta vía sea una suerte de místico: un hombre que ha probado sobre sí toda la crudeza de que es capaz; un cuerpo que se ha sometido a las pruebas del dolor -del que ignoramos sus motivaciones- para encontar la vía hacia una espiritualidad mayor, aunque no sé si a una iluminación o a un éxtasis. Ahora que me estimulas a pensar en él, tal vez su experiencia sea más dionisiáca, más negra: una “contra-mística”, como sumergimiento brutal y caótico en los sentidos, a la adicción o la sexualidad, que lo termina por arrojar hacia orillas nuevas, de lo humano desconocido.
Gracias por recordarlo nuevamente.
Un abrazo.

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